“[…]-Ya conoces mis sentimientos, por supuesto. Estoy aquí, lo que, burdamente traducido, significa que preferiría morir antes que alejarme de ti -hice una mueca-. Soy idiota.
-Eres idiota -aceptó con una risa.
Nuestras miradas se encontraron y también me reí. Nos reímos juntos de lo absurdo y estúpido de la situación.
-Y de ese modo el león se enamoró de la oveja... -murmuró. Desvié la vista para ocultar mis ojos mientras me estremecía al oírle pronunciar la palabra.
-¡Qué oveja tan estúpida!-musité.
-¡Qué león tan morboso y masoquista! […]”
Crepúsculo, Stephenie Meyer
“[…] Será como si nunca hubiese existido’”. Las palabras atravesaban mi mente, pero sin la claridad perfecta que había tenido él para decirlas. Sólo eran palabras, sin sonido, como letras impresas en una página. Sólo palabras, aunque rasgaban y mantuvieran el hueco del pecho bien abierto.
Me pregunté cuánto más podría durar esto. Quizás algún día. Dentro de unos años, si el dolor disminuía hasta el punto de ser soportable, me sentiría capaz de volver la vista atrás hacia esos pocos meses que siempre consideraría los mejores de mi vida.
Y ese día, estaba segura de que me sentiría agradecida por todo aquel tiempo que me había dado, más de lo que había pedido y más de lo que merecía.
Quizás algún día fuera capaz de verlo de ese modo…[…]”
“[…] Abrí la puerta de un tirón, con una precipitación ridícula, y allí estaba él, mi milagro personal.
El tiempo no había conseguido inmunizarme contra la perfección de su rostro y estaba segura de que nunca sabría valorar lo suficiente todos sus aspectos. Mis ojos se deslizaron por sus pálidos rasgos: la dureza de su mandíbula cuadrada, la suave curva de sus labios carnosos, torcidos ahora en una sonrisa, la línea recta de su nariz, el ángulo agudo de sus pómulos, la suavidad marmórea de su frente, oscurecida en parte por un mechón enredado de pelo broncíneo, mojado por la lluvia...
Dejé sus ojos para lo último, sabiendo que perdería el hilo de mis pensamientos en cuanto me sumergiera en ellos. Eran grandes, cálidos, de un líquido color dorado, enmarcados por unas espesas pestañas negras. Asomarme a sus pupilas siempre me hacía sentir de un modo especial, como si mis huesos se volvieran esponjosos. También me noté ligeramente mareada, pero quizás eso se debió a que había olvidado seguir respirando. Otra vez […]”
Eclipse, Stephenie Meyer
“[…]—Bella, ¿estás segura de haber efectuado la elección correcta? Nunca te he visto sufrir tanto... —se le quebró la voz en la última palabra.
Pero sí que había conocido una pena mayor.
Le toqué los labios.
—Sí.
—No sé... —arrugó el entrecejo—. Si te duele tanto, ¿cómo puede ser esto lo mejor para ti?
—Edward, tengo claro sin quién no puedo vivir.
—Pero...
Sacudí la cabeza.
—No lo entiendes. Puede que tú seas lo suficientemente valiente o fuerte para vivir sin mí, si eso fuera lo mejor, pero yo nunca podría hacer ese sacrificio. Tengo que estar contigo. Es la única manera en que puedo seguir viviendo.
Aún parecía poco convencido. No debería haberle dejado quedarse conmigo la noche anterior, pero le necesitaba tanto...
—Acércame ese libro, ¿quieres? —le pedí, señalando por encima de su hombro.
Frunció las cejas, confundido, pero me lo dio con rapidez.
—¿Otra vez el mismo? —preguntó.
—Sólo quería encontrar esa parte que recordaba... para ver con qué palabras lo expresa ella... —pasé las páginas deprisa, y encontré con facilidad la que buscaba. Había doblado la esquina superior, ya que eran muchas las veces que había repetido su lectura—. Cathy es un monstruo, pero hay algunas cosas en las que tiene razón —murmuré, y leí las líneas en voz queda, en buena parte para mis adentros—. «Si todo pereciera y él se salvara, yo podría seguir existiendo; y si todo lo demás permaneciera y él fuera aniquilado, el universo entero se convertiría en un desconocido totalmente extraño para mí» —asentí, otra vez para mí misma—. Comprendo a la perfección lo que ella quiere decir, y también sé sin la compañía de quién no puedo vivir. […]”
Eclipse, Stephenie Meyer
“¿Qué pinta tengo? ¿Es que parezco Mago de Oz? ¿Qué es lo que quieres, mi cabeza o mi corazón? Pues, hala, tómalos, llévate todo lo que es mío.”
Amanecer, Stephenie Meyer
“[…]Tenía unos ojos castaños, del color del chocolate con leche. Eran iguales a los de Bella.
De pronto, se calmaron los temblores que sacudían mi cuerpo. Me inundó una nueva oleada de calor, más intenso que el de antes, pero era una nueva clase de fuego, uno que no quemaba.
Un destello.
Todo se vino al traste en mi interior cuando contemplé fijamente al bebé semihumano y semivampiro con rostro de porcelana. Vi cortadas de un único y veloz tajo todas las cuerdas que me ataban a mi existencia, y con la misma facilidad que si fueran los cordeles de un manojo de globos. Todo lo que me había hecho ser como era (mi amor por la chica muerta escaleras arriba, mi amor por mi padre, mi lealtad hacia mi nueva manada, el amor hacia mis hermanos, el odio hacia mis enemigos, mi casa, mi vida, mi cuerpo, desconectado en ese instante de mí mismo), clac, clac, clac... se cortó y salió volando hacia el espacio.
Pero yo no flotaba a la deriva. Un nuevo cordel me ataba a mi posición.
Y no uno solo, sino un millón, y no eran cordeles, sino cables de acero. Sí, un millón de cables de acero me fijaban al mismísimo centro del universo.
Y podía ver perfectamente cómo el mundo entero giraba en torno a ese punto. Hasta el momento, nunca jamás había visto la simetría del cosmos, pero ahora me parecía evidente.
La gravedad de la Tierra ya no me ataba al suelo que pisaba.
Lo que ahora hacía que tuviera los pies en el suelo era la niñita que estaba en brazos de la vampira rubia.
Renesmee.
Un sonido nuevo llegó procedente del segundo piso, el único capaz de llegarme al alma en ese momento interminable.
Un golpeteo frenético, un latido alocado...
Un corazón en proceso de cambio. […]”
Amanecer, Stephenie Meyer
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