Esta madrugada, mientras reposaba, has pasado por mi casa. Con el paso lento y el aliento corto, para no despertarme, te deslizaste a la vera de mi balcón. Yo dormía, pero te vi en sueños pasar silencioso: estabas muy pálido y tus ojos me miraban tristemente, como la última vez que te vi. Cuando desperté nubes blancas corrían detrás de ti para alcanzarte.
Te amo profundamente y no quiero besarte. Me basta con verte cerca, perseguir las curvas que al moverse trazan tus manos, adormecerme en las transparencias de tus ojos, escuchar tu voz, verte caminar, recoger tus frases.
He pasado la tarde soñándote. Levanto los ojos y miro las paredes que me rodean, como adormilada. Los fijo en cualquier punto y vuelven a transcurrir las horas sin que me mueva. Por fuera anda gente, suenan voces... Pero todo eso me parece distante, apartado de mí, como si ocurriera fuera del mundo que habito.
Parece por momentos que mi cuarto estuviera poblado de espíritus, pues en la oscuridad oigo suspiros misteriosos y alientos distintos que cambian de posición a cada instante. ¿Los has mandado tú? ¿Eres tú mismo que te multiplicas invisible a mi alrededor?
Te amo porque no te pareces a nadie. Porque eres orgulloso como yo. Y porque antes de amarme me ofendiste.
Susurro, lento susurro de hojas de mi patio al atardecer. ¿Por qué me enloquecéis susurrándome su nombre? Él no vendrá hoy. Piensa en mí, pero no vendrá hoy.
Abandono la ciudad y me voy al bosque que está a su lado, con la esperanza de encontrarte. Sé que es un absurdo. Pero durante todo el camino me repito cuanto he de decirte, aun segura de que no habré de hallarte.
Tenías miedo de mi carne mortal y en ella buscabas el alma inmortal. Para encontrarla, a palabras duras, me abrías grandes heridas. Entonces te inclinabas sobre ellas y aspirabas, terrible, el olor de mi sangre.
He vuelto sola al paseo solitario por donde anduvimos una tarde cuando ya oscurecía. He buscado, inútilmente, a la luz de una luna descolorida, sobre la tierra húmeda, el rastro de nuestros pasos vacilantes.
LXI
A media noche, envuelta en paños oscuros para no ser advertida, rondé tu casa. Iba y venía. Tus persianas, tus puertas, cerradas... Como el ladrón, en puntillas, me acerqué, una, dos, tres veces, a tocar las paredes que te protegían.
3 comentarios:
Cualquiera se muere si pierde a edward bella fue muy fierte
Hola Estuve visitando tu blog y me parece muy interesante, permíteme felicitarte. Sería para muy agradable contar con tu blog en mis dos directorios y estoy completamente convencido que para mis visitas que no son pocas será de mucho interés. Si lo deseas no dudes en escribirme muchos Éxitos con tu blog.
Un saludo
Franck Michel Reyes
WebMaster
Contacto: rey.delcastillo@hotmail.com
Bueno Alfonsina y Bella casi que tienen un final parecido jajjaja diferencia: alfonsina se ahoga; a bella la salva el lobo ¡plaff! hubiera sido un buen final "Bella y el mar! jajaj saludos ^^ lindo blog
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